Había una vez en un reino, un castillo donde
vivían un Señor Feudal, su Señora Feudal, y muchos servidores.
Un día llegó al castillo un dragón, que exigió a una de las
vasallas la entrega de joyas y dinero, bajo la amenaza de no dejarla vivir
tranquila hasta que se cumpla su pedido.
Desde ese momento, el dragón se dedicó a sobrevolar todos
los días el castillo, echando fuego por su boca y molestando a todos los que
moraban allí.
Molesta por la situación, la Señora Feudal exigió a la
muchacha que cumpla con la orden del dragón.
De nada sirvieron las explicaciones de la joven; la Señora
Feudal incluso habló con el dragón y le hizo saber que ella obligaría a la
muchacha a entregar los valores, pues le temía.
La súbdita entonces pidió auxilio al Señor Feudal, pero éste
lejos de ayudarla, también le exigió que cumpla la orden del dragón para que
deje en paz el castillo, porque también le temía.
Destruida, la moza recurrió a la Reina del lugar, quien otra
vez le exigió que entregue la fortuna al dragón con tal de que el castillo
volviera a la normalidad; incluso los Ministros y la Guardia Real estuvieron de
acuerdo, pues todos le temían.
Entonces la mujer entendió que nadie la ayudaría, que no
tenía sentido intentar hablar con el Rey.
Apesadumbrada, entregó al dragón sus joyas y dinero.
Mientras lo hacía, pensaba quién sería la próxima víctima y
no se explicaba lo fácil que había sido para la bestia obtener lo que quería.
La Reina, el Señor Feudal y la Señora Feudal, castigaron a
la moza, por no haber entregado antes al dragón lo que quería.
Moraleja: tú puedes ser la próxima víctima, y no esperes
ayuda de nadie.